He de reconocer que el otro día me alegró la reivindicación conjunta con Ceapa de que en el Pacto Educativo que ahora se está gestando se incluya la cuestión de la participación de las familias en la educación. Lo hablaba precisamente con varios docentes -tanto de centros públicos como concertados- con quienes tuve la ocasión de charlar amigablemente sobre el tema.
Casi todos mostraban su descontenco con la situación actual. Muchos docentes que se quejan -no sin razón- de la indiferencia familiar. Otros, por el contrario, la desean, presas de grupúsculos minoritarios de progenitores que confunden la participación con la insana reivindicación y pueblan sus centros de crispación y mal ambiente. A veces, los extremos -siempre más llamativos- nos hacen olvidar la esperanzadora existencia de ese gran grupo de moderados, cuya presencia pasa casi desapercibida pese a ser mayoritaria. ¡Qué cierto es eso de que hace más ruido un árbol que cae que todo un bosque que crece!
Me refiero a esas familias normales, que no chillan ni se enfadan en las reuniones, que muchas veces no van porque no les da la vida, que no siembran cizaña en los grupos de whatsapp. Esas familias que tienen el suficiente sentido común como para no cuestionar las decisiones de sus profesores delante de sus hijos, pese a no estar de acuerdo con ellas; esas que, sin caer en el absurdo forofismo, no se pasan la vida criticando al colegio de sus hijos. Son, en fin, las familias que saben cenar con otros matrimonios de la clase de sus hijos y no pasarse la velada «repasando y rajando» de todos y cada uno de los miembros de la comunidad escolar; sino que, incluso, hablan de otras cosas, mucho más divertidas.
Esas familias no sólo existen, sino que son la inmensa mayoría. Esas son las familias a las que hay que animar a dar un paso más, a las que hay que facilitarles las cosas para que se puedan implicar un poco más. Sobre todo pienso que hay que hacerles ver que su contribución es necesaria. Para ello es preciso mostrarles un proyecto claro, atractivo, que merezca la pena.
No se trata, como se ha hecho hasta ahora, de crear cauces de participación sin ton ni son. A la vista está que los consejos escolares han sido un estrepitoso fracaso. Se trata de que la participación de las familias sea realmente efectiva, como dice textualmente nuestra Constitución, de que sirva para algo. Y esto requiere, por supuesto, que se incluya como un elemento esencial en la gestación del anhelado Pacto Educativo, que se modifiquen las leyes; pero, ante todo, es necesario un serio cambio de mentalidad y un diagnóstico un poco más autocrítico de la realidad.
La mayoría de las familias se preocupan y se involucran en la educación de sus hijos. Prueba de ello es que se acude en porcentajes muy elevados a las reuniones de comienzo de curso en las que se explican las orientaciones, métodos, etc. Acuden lisa y llanamente porque se les ofrece una información que les sirve y les interesa. La inmensa mayoría, por el contrario, no acude a votar en las elecciones de miembros de consejo escolar del centro. ¿Es que son poco participativas, o apáticas? En absoluto, es porque no les vale la pena el esfuerzo, porque saben que, en el fondo, no sirve para nada.
Es claro que debemos proponer medidas para que a todos nos sea más fácil participar en la educación, tales como permisos laborales, etc. Pero para que esa mayoría silenciosa salga de su aparente letargo hay que ofrecerle un producto que le merezca la pena el esfuerzo. En caso contrario, seguirá como hasta ahora, callada, sacándose cada uno sus castañas del fuego -que no es poco- y participando en lo que le sirve para algo. Porque, no nos engañemos, «ir pa ná es tontería».
Artículo de opinión de Enrique Domingo Oslé – Secretario General de CONCAPA Rioja -.
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