Anda el patio revuelto con la “cuestión catalana” La verdad es  que no sé muy bien si es “cuestión”, o más bien circo, cisco o bodrio. El caso es que al socaire de tanto desmán se ha vuelto a suscitar en los medios el tema del adoctrinamiento en la escuela. Hemos sido todos testigos de situaciones cuando menos impropias de profesionales de la enseñanza. ¿Qué ha pasado al final? Pues, como siempre, absolutamente nada.

El problema no es nuevo y lo más grave es que desde hace tiempo cuenta con cobertura legal. Efectivamente, en nuestro país se puede pensar como uno quiera (faltaría más). El problema es cuando esos pensamientos se expresan en determinados ámbitos, como en la escuela. Ahí ya la cosa cambia. Cuando la ideología que se intenta trasladar a los alumnos es acorde con nuestra forma de pensar, entonces la calificamos como formación fundamental o en los derechos humanos, o en la libertad; ahora bien, cuando es contraria, se convierte en adoctrinamiento.

Desde que la educación dejó de ser un sistema de enseñanza para convertirse en un centro de formación, desde que muchas familias claudicaron y subcontrataron al Estado la educación de sus hijos, la delgada línea roja entre la formación y la educación está cada vez más difusa. Así nos corre el pelo.

El problema no está en que unos cuantos maestros de impetuosas ideas nacionalistas animen a unos ramilletes de menores a participar en la huelga contra el estado opresor, el problema -que es mucho más serio- radica en que haya profesionales de la educación -piensen lo que piensen- que utilicen las aulas para la propaganda política con menores y aquí todo el mundo siga mirando para otro lado. No deja de ser sorprendente que los medios de comunicación con una línea editorial contraria al independentismo denuncien ahora estas situaciones cuando las han estado silenciando durante años y, por otra parte, que los afines al independentismo ni siquiera las menten o directamente las defiendan alegando que no es más que la consecuencia de la libertad de expresión de los docentes o, incluso, de su deber de formar a nuestros hijos en los valores democráticos. No se protesta, por tanto, contra el adoctrinamiento en sí mismo, sino contra el adoctrinamiento en una orientación contraria a la ideología propia.

Eso es, sencillamente, lo que pasó con Educación para la Ciudadanía y lo que ya está pasando en todo el Estado -y no sólo en Cataluña con la implantación mental de la ideología de género que no son más que imposiciones ideológicas de pensamiento único.

Al final el resultado es que tanto la escuela como la familia pierden su propia identidad. La escuela ha de enseñar, y enseñando contribuye a formar personas. Transmitiendo sabiduría (que es más que conocimiento) ayuda a formar mentes libres, capaces de alcanzar un pensamiento propio, crítico, racional y libre. Y ese pensamiento racional y libre es el que lleva, precisamente, no sólo a respetar la diversidad ideológica; sino a defenderla como por un valor que enriquece a la sociedad.
Y a ese pensamiento racional y libre le repugna sobremanera prostituir la noble docencia convirtiéndola en adoctrinamiento.

Ahora bien, cuando el pensamiento no es racional, la diversidad ideológica no es un valor, sino un enemigo a combatir. Y como se carece de armas racionales, se recurre a la demagogia, al eslogan barato, y, por supuesto, al adoctrinamiento en la escuela tan propio, por otra parte, de regímenes totalitarios de nefasta memoria. Nada nuevo bajo el sol.

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